Nunca más durmió tranquilo aquel que alguna vez abrió los ojos . . .
Ese mar antes abierto, próspero, navegable sin querer me hace pensar en la gente. No en los afectados por este desastre producido por la mano del hombre, sino en los casos en que las personas por una causa u otra terminan por parecerse al mar de Aral.
Imagino unos ojos y sus cuencas que de tanto llorar se han secado, las miradas se han vuelto áridas como un desierto de sal, igual que el lecho de lo que alguna vez fue inconmensurable.
Los días oscuros hunden su raíz en el pasado, permanecen como marcas, surcos, donde antes corrió el agua, hoy solo quedan cicatrices.
Y así como algunos de nosotros, los barcos se estancaron, perdieron su mar, como se pierde el rumbo. Se ha secado aquello que servía de transporte, que unía, que nos unía.
La arena lo envuelve todo, se mete y arremete, con la ayuda del viento hace un trabajo milimétrico, granito a granito, puliendo, limando. Abraza barcos, fósiles, se cristaliza. Atrapa, y se vuelve pesada, interminable, impalpable.
Ahora lo único que queda es recorrer la distancia pelada, hecha de una y mil sendas, pero sabemos: es seco, volátil y hay que estar dispuesto a atravesar ese y algún otro desierto.
Perder el miedo o acostumbrarnos a vivir mirando espejismos, aprendiendo a controlar el ansia de ir a su encuentro aún cuando nos parezcan tangibles.
imagen tomada de la web:
http://elbauldejosete.wordpress.com/2008/04/29/la-agonia-del-mar-de-aral/
3 comentarios
Neptunia -
Abrazos
Isabel, es cierto hay que ser valiente, pero resulta que a veces el miedo se mete en el medio.
Isabel -
Luc -
No me acuerdo si es del taller o es otra versión.
besos grandes.